domingo, mayo 20, 2007

Intercambios.


Fue rápido. Casi parecía lento.
La picadura de un mosquito, el hilo en una aguja… entran de súbito y luego se extienden lentamente como una gota roja de sangre, como una lengua de lava. Hay animales que matan a sus presas con más saña: a nosotros nos saludaron desde debajo de un paraguas dos rostros sonrientes y amables, con sus dos ojillos delicados en cada rostro, cogidas de la mano, con sus bolsitos y una risa líquida que recuerda a los niños avergonzados.

Luego nos liaron con sus ruidos y maneras: primero las invitamos a tomar una cerveza -ellas refrescos-, hablamos de sus vidas o de las nuestras, de las familias, de las costumbres, las diferencias y las lenguas. La idea romántica de los exploradores entablando relaciones con culturas lejanas, aventureros adentrándose en los mundos perdidos. Fascinados por el encuentro, nos dejamos guiar a las profundidades de su mundo, deseosos de conocer al extraño. Y, al fin, descubrimos lo obvio: el viajero deja tras de sí la delgada línea de una estela del grosor de las monedas.
Pagamos los garabatos chinos como si fueran reliquias de alguna remota dinastía, un paquetito de té al precio de un jarrón Qin y hasta una delicada e inolvidable ceremonia cuyo costo hubiera servido para invadir Mongolia. Y, aún así, fue tan dulce la muerte que, al terminar el día, nos invitaron a cenar. ¿Cuándo un león invitó a una gacela a su banquete? Así es la cultura china.

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