domingo, mayo 20, 2007

Intercambios.


Fue rápido. Casi parecía lento.
La picadura de un mosquito, el hilo en una aguja… entran de súbito y luego se extienden lentamente como una gota roja de sangre, como una lengua de lava. Hay animales que matan a sus presas con más saña: a nosotros nos saludaron desde debajo de un paraguas dos rostros sonrientes y amables, con sus dos ojillos delicados en cada rostro, cogidas de la mano, con sus bolsitos y una risa líquida que recuerda a los niños avergonzados.

Luego nos liaron con sus ruidos y maneras: primero las invitamos a tomar una cerveza -ellas refrescos-, hablamos de sus vidas o de las nuestras, de las familias, de las costumbres, las diferencias y las lenguas. La idea romántica de los exploradores entablando relaciones con culturas lejanas, aventureros adentrándose en los mundos perdidos. Fascinados por el encuentro, nos dejamos guiar a las profundidades de su mundo, deseosos de conocer al extraño. Y, al fin, descubrimos lo obvio: el viajero deja tras de sí la delgada línea de una estela del grosor de las monedas.
Pagamos los garabatos chinos como si fueran reliquias de alguna remota dinastía, un paquetito de té al precio de un jarrón Qin y hasta una delicada e inolvidable ceremonia cuyo costo hubiera servido para invadir Mongolia. Y, aún así, fue tan dulce la muerte que, al terminar el día, nos invitaron a cenar. ¿Cuándo un león invitó a una gacela a su banquete? Así es la cultura china.

El consejo de Ramón.


El nómada guarda silencio
cuando escucha el rumor a lo lejos.

Aún estábamos en el aeropuerto, cuando a nuestro lado un grupo “organizado” de turistas españoles –mercancías en transporte- se arremolinaba alrededor de un pequeño hombre, vestido de azul con una de esas camisas floreadas tan típicas en china, que los miraba con cierta conmiseración desde detrás de sus gafas. Y se lo oímos decir, alto y claro:

Recuerden, caguen donde puedan, meen cuando puedan y duerman cuanto puedan. Porque nunca sabrán dónde, cuando o cómo podrán volver a hacerlo”.


Nunca un consejo tuvo tanto sentido para el viajero.
Al menos, en China.

martes, mayo 15, 2007

Ojo1: Tiananmen

El Komandante Karmaikel tiene los ojos más azules que el cielo de Beijing. Pero en su cuenca pequeña no entra toda la plaza de Tiananmen. Y, aún así, puede uno asomarse a lo líquido de su mirada, a través de esta ventana. Así vio el ojo de otro:


domingo, mayo 13, 2007

Chinos...

Aún nos estábamos haciendo a China,
cuando descubrimos a los chinos.

Anotado en la Bitácora de Rarezas:
"gafas con pantalla TFT; 40 pulgadas. La vida es del color del cristal con que se mira". Anotación del Komanante Che. Día dos. Pekin.

miércoles, mayo 02, 2007

Tiananmen (y III)


Debajo de las sombrillas, está la playa.
Eso se sabe desde el 68. Pero en Tian´anmen, además, están las gentes que la habitan. Territorio amable, hogar del nómada, la plaza es el espacio difuso del mundo. Anotábamos en la Bitácora de Rarezas: "es miércoles y los niños aún juegan en cualquier parte del mundo". Cometas o mendigos, soldados o palomas, paraguas o parasoles... en el límite de las cosas queda siempre un resquicio de vida.
Y siempre se escapa: hálito.

Tiananmen: el espejo (II)



Aunque los tanques de Alicia
cruzaron al Pais de las Maravillas hace ya 18 años, el silencio de los chinos debe guardar en algún lugar secreto el libro de los muertos. No es creible que la memoria borre sus propias huellas. El nómada nunca tiene recuerdos del lugar que habita, por eso no puede juzgarlos.
El Komandante Ché anotaba en la Bitacora de Rarezas: “se parecen a esos puestos de helados que hay en las playas”. Se refería a los soldados que hay desperdigados alrededor de la plaza, subidos a un pequeño cubo y todos ellos protegidos por una sombrilla del sofocante gris cielo de Beijing: en cada paso o entrada a la plaza, cada pocos metros y alrededor de ella, en cada monumento vallado y protegido, cada esquina cubierta... cada cien personas un secreta.
Alrededor de la plaza el poder levanta sus formas, como lo hacen los muros del mundo: encerrando los espacios abiertos, poniendole puertas al campo: el Mausoleo de Mao Zedong, el Museo de la Revolución, el Gran Salón del Pueblo, La Ciudad Prohibida, el Monumento a los Héroes del Pueblo...
Y entre las piedras, aún respiran los sueños.